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Samuel 15: 1-3 Un día Samuel le dijo a Saúl: «El
SEÑOR me envió a ungirte como rey sobre su pueblo Israel. Así que pon
atención al mensaje del SEÑOR. Así dice el SEÑOR Todopoderoso:
“He decidido castigar a los amalecitas por lo que le hicieron a Israel, pues no
lo dejaron pasar cuando salía de Egipto. Así que ve y ataca a los amalecitas ahora mismo. Destruye por completo todo
lo que les pertenezca; no les tengas compasión. Mátalos a todos,
hombres y mujeres, niños y recién nacidos, toros y ovejas, camellos y asnos.”
La orden de Dios para el rey Saúl era muy
clara. Eliminar absolutamente a todos los amalecitas y sus pertenencias.
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Samuel 15:9 Además de perdonarle la vida al rey
Agag, Saúl y su ejército preservaron las mejores ovejas y vacas, los terneros más
gordos y, en fin, todo lo que era de valor. Nada de esto quisieron destruir; sólo destruyeron lo que era inútil y lo que
no servía.
Media obediencia es desobediencia. Saúl no
cumplió con la orden exacta de Dios, lo hizo según su conveniencia y no
contando con el propósito que Dios tenía.
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Samuel 15: 20-21 — ¡Yo sí he obedecido al SEÑOR!
— Insistió Saúl—. He cumplido la misión que él me encomendó. Traje prisionero a Agag, rey de Amalec,
pero destruí a los amalecitas. Y del botín, los soldados tomaron ovejas y
vacas con el propósito de ofrecerlas en Guilgal al SEÑOR tu Dios.
Además, Saúl no reconoció su error ni se
arrepintió de su transgresión, aunque tuvo la oportunidad de hacerlo, sino que
negó toda acusación olvidando la Omnipresencia de Dios que todo lo ve y lo
sabe, y pensando incluso que podía engañarlo con mentiras.
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Samuel 15: 23 Samuel respondió: « ¿Qué le agrada más al SEÑOR: que
se le ofrezcan holocaustos y sacrificios, o que se obedezca lo que él dice?
El obedecer vale más que el sacrificio, y el prestar atención, más que la grasa
de carneros. La rebeldía es tan grave como la adivinación, y la arrogancia,
como el pecado de la idolatría. Y como
tú has rechazado la palabra del SEÑOR, él te ha rechazado como rey.»
La peor consecuencia es ser rechazado por
el Señor. Tener una vida cristiana no significa seguir los rituales religiosos
que nos impongan, sino vivir guardando los mandamientos de Dios, obedeciendo lo
que dice Su Palabra y prestando atención y dedicándole tiempo para estrechar
nuestra relación directa y personal con Él cada día.
Si aprendemos a tener temor y obediencia a
Dios, Él nos prosperará. Es preciso ser sensibles a Su voz y no pensar que
podemos "salirnos con la nuestra" porque la vida que tenemos es gracias a la
misericordia de Dios. No la defraudemos.
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